El viejo se mira las manos mientras corre las cortinas. Son manos fuertes y lo sabe bien. Si ellas mismas pudieran contar todo lo que han hecho durante sus vidas, no pararían de moverse durante años explicándolo. Las manos de todos los que han estrechado, las cosas que han sujetado, las mujeres que han acariciado…los hombres que han matado.
Un sentimiento de culpabilidad le invade de los pies a la cabeza. No todo lo que ha hecho en sus más de sesenta años han sido acciones que han estado bien a los ojos del resto de los hombres.
Y hoy el viejo se siente orgulloso del paso que se ha dado. Consiguió convencer al grupo de jóvenes para hacer algo que muy pocos entenderían y prácticamente nadie aceptaría.
—¿Por qué no se lo has dicho?
Sabía que le había estado observando, aunque no conseguía adivinar desde cuándo.
La luz suave del amanecer a través de sus viejas cortinas le impide distinguir la silueta del interior de su piso….
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